Reunión 25ª – 24 y 25 de Septiembre de 1984
Sr. Alsogaray.- Señor presidente: las exposiciones de los diputados preopinantes presentan dos notables aspectos- Uno es que las bancadas justicialista e intransigente se han ocupado de demoler el presupuesto, y sacaron como conclusión “lógica” que lo van a aprobar, por lo menos en general (Aplausos.) La otra es que ninguno de los dos diputados puede ser considerado “imperialista”, en el sentido de defender los intereses del país del Norte, sobre todo, el diputado Monserrrat. Sin embargo, ambos han expresado las cifras en dólares en lugar de moneda nacional, lo cual me obliga a hablar en los mismos términos para hacer homogéneas las cifras; de lo contrario, no nos entenderíamos.
Efectuadas estas breves acotaciones, debo señalar que indudablemente el presupuesto constituye un instrumento fundamental para la política económica y refleja la orientación del gobierno en esa materia. Por lo tanto, no se puede hablar del presupuesto sin realizar una breve incursión sobre el campo de la política económica.
Dado lo avanzado de la hora, trataré de ser lo más breve posible. Además, las enjundiosas exposiciones anteriores me eximen de referirme a determinados aspectos que ya han sido señalados.
Por otra parte, tratar el presupuesto casi en el mes de octubre no es muy útil por cuanto ya se encuentra ejecutado en sus dos terceras partes. De todos modos vale la pena considerarlo porque del examen de sus aspectos esenciales podemos extraer las directivas que regirán el próximo presupuesto, el cual debería encontrarse en Congreso a esta altura del año. Como el Poder Ejecutivo ha solicitado una prórroga esperamos que llegue antes del 15 de noviembre.
Pero la consideración de la política no se puede hacer en abstracto ni en forma intemporal; debe ubicársela dentro de las circunstancias en que se la aplica. Por eso debemos en este caso analizarla partiendo de la situación del país en 10 de diciembre del año próximo pasado, fecha en que asumió un nuevo gobierno.
Evidentemente, dicho gobierno recibió una herencia muy pesada, cuyos principales factores son: deuda externa, gasto público, déficit e inflación próxima a la hiperinflación, y un sistema financiero y empresarial desequilibrado y debilitado.
Como todos recuerdan, la deuda externa alcanzaba en ese momento a 43 mil millones de dólares. Debíamos pagar, o mejor dicho refinanciar –porque no teníamos con que pagar- , durante 1984, alrededor de 20 mil millones de dólares resultantes de los vencimientos correspondientes a los años 1982, 1983 y los que se producirían en 1984. El servicio de esa deuda expresado en dólares significa alrededor de 5.000 millones de dicha moneda, que es algo más de la mitad del total de las exportaciones argentinas. El gasto público y el déficit nos habían arrastrado ya a una inflación que en aquel momento alcanzaba al 434 por ciento, considerando diciembre de 1983 con respecto al mismo mes de 1982. Esa cifra nos ubicaba cerca de la hiperinflación.
Con relación al tercer punto, o sea el sistema financiero y empresarial desequilibrado y debilitado, cabe decir que el aspecto más saliente era la baja monetización de la economía argentina. El coeficiente de liquidez medido en M-1, es decir, verdadera moneda, alcanzaba en la Argentina el 3,2 por ciento del producto bruto, y un país que pretende independencia económica y libertad de movimientos, no debería tener menos del 40 o el 50 por ciento. Aquel 3,2 por ciento equivale a 2.240 millones de dólares, cifra totalmente insuficiente para mover el aparato productivo del país.
Si medimos la monetización en M-2, es decir, incluyendo los depósitos a interés (recursos monetarios), el porcentaje se eleva al 12,3 lo que nos da un monto de 8.600 millones de dólares. Pero para comparar esta cifra con la de países bien monetizados, hay que tener en cuenta que en estos se ubica en el 60 por ciento.
Los bancos provinciales y algunos estatales nacionales estaban en bancarrota. Los bancos privados tenían gran parte de sus carteras inmovilizadas. Las empresas se hallaban altamente endeudadas y la inversión había caído en un 18,1 por ciento en el cuarto trimestre del año pasado con respecto al cuarto trimestre de 1982. Esa era la herencia recibida y el punto de partida del nuevo gobierno, que indudablemente era muy bajo.
Las elecciones del 30 de Octubre nos permitieron volver a las formas constitucionales y democráticas, y digo a las formas solamente porque en el fondo aún no lo hemos logrado en el campo económico, donde estamos violando constantemente la Constitución y falseando la democracia. Sin embargo, aunque sea en las formas, el 30 de Octubre se ganó mucho porque se terminó con un largo periodo de gobiernos autoritarios. Además, prácticamente concluyó el viejo problema del enfrentamiento peronismo-antiperonismo, por lo menos en su forma tradicional. Seguirá existiendo en el futuro pero como lucha entre partidos políticos, lo cual es normal. Es decir que estaban dadas las formas para reparar la herencia recibida y reencauzar el país. Reencauzar el país en ese momento significaba adoptar una política capaz de provocar un shock de confianza, con el consiguiente retorno de los capitales argentinos actualmente en el exterior y la afluencia de capitales extranjeros. Ese ingreso de dinero hubiera provocado una dramática caída de las tasas de interés; las empresas habrían vuelto entonces a invertir, y se hubiera logrado la reactivación de la economía con el consiguiente crecimiento del salario real.
Desgraciadamente esa oportunidad que se presentaba el 10 de Diciembre fue desaprovechada y no volverá a presentarse mientras no cambien las condiciones políticas que sólo el Presidente de la República puede cambiar. Debemos tener en cuenta que las circunstancias actuales no son las del 10 de Diciembre y que el margen de maniobra es cada vez más pequeño. Estamos peligrosamente al borde de la cesación de pagos y también de la hiperinflación.
¿Por qué ocurrió todo esto? Porque el partido gobernante llegó al poder sin planes, con una confusa ideología dirigista y “voluntarista”. No se le pedía al gobierno que diera soluciones a breve plazo pero sí que hiciera conocer sus planes para que todos pudiéramos orientarnos. No hubo respuesta a estos requerimientos y sólo se optó por recurrir a medidas dirigistas e inflacionarias.
Esa situación culminó el 30 de Agosto último, fecha a la cual me referiré más adelante. Es el momento en que se completa el cuadro dirigista y espero que sea por última vez en la República.
El gobierno se ha proclamado a si mismo intervencionista, de manea que su filiación dirigista está admitida. En cuando a que es inflacionario, no hay necesidad de demostrarlo, porque ya tenemos el 650 por ciento de inflación y dentro de pocas semanas estaremos en el 700 por ciento. Curiosamente la política económica de este gobierno es exactamente igual a la seguida por los gobiernos militares, principalmente el último.
Sería interesante que los señores diputados se tomaran la molestia de, en dos columnas, colocar en una de ellas las medidas adoptadas por los funcionarios del gobierno de facto doctores Wehbe y Gonzales del Solar, y en la otra las asumidas por García Váquez y Grinspun, y si encuentran alguna diferencia me lo hacen saber, porque yo no la he encontrado. El crédito se maneja de la misma manera; las tasas de interés también; hay control de precios y gravita de manera notable la cuenta de regulación monetaria. Todo es exactamente igual, menos en lo relativo a las intenciones y las declaraciones. Las técnicas no varían y, por lo tanto, la conclusión es evidente. Si aquella política económica tan justamente vilipendiada dio malos resultados, es difícil como la misma política podría producir buenos resultados.
Esto nos da el marco dentro del cual tenemos que examinar el presupuesto, que va a influir sobre las condiciones de vida de todos los habitantes del país. Las erogaciones totales del sector público representan el 50 por ciento del producto bruto interno. Esto ubica a la Argentina entre los países más socializados del mundo, incluso más que algunos países ubicados atrás de la cortina de hierro. El 50 por ciento de todo el trabajo y la producción argentina se lo lleva el Estado; por eso la actividad privada es endeble y se va secando cada día más, siendo cada vez más ineficiente. Y si seguimos así, terminaremos matando la “gallina de los huevos de oro”.
El segundo punto es el que se refiere a la necesidad de financiamiento, eufemismo bajo el cual encubrimos el déficit. En materia de inventar palabras para expresar cosas conocidas hemos sido maestros en estos últimos años. Así, hemos hablado de desabastecimiento, rentabilidad negativa, necesidad de financiamiento y otras curiosidades semejantes.
El déficit del sector público se estableció en el 10 por ciento del producto bruto. En realidad, en el 9,98 por ciento, pero redondeamos la cifra porque tampoco sabemos cuánto es el producto bruto. Ese déficit equivale a 7 mil millones de dólares, cifra ésta que será financiada renegociando en el exterior intereses por valor de 4 mil millones de dólares y encargando al Banco Central que fabrique billetes por el equivalente de 3 mil millones de la misma moneda. Esta fabricación de billetes, en estas condiciones, es la causa principal de la inflación, pero no es la única porque en realidad, además de este déficit fiscal, existe otro que ha empezado a llamarse cuasifiscal, que consolidado con el anterior eleva el total al 20 por ciento del producto bruto interno. No quiero pesar sobre el humor de los señores diputados describiendo cómo se llega a esta cifra, pero estoy a su disposición para demostrarlo si así lo desean.
El déficit global del país es del 20 por ciento del producto bruto interno, lo que equivale a 14 mil millones de dólares. De esta cifra, si Dios quiere, 4 mil millones se refinanciarían en el exterior mediante la renegociación de los intereses. El resto, equivalente a 10 mil millones de dólares en pesos argentinos, es moneda que tendremos que fabricar en el Banco Central, y esta sí es la causa de la inflación.
El gobierno se asombra diciendo que habiéndose reducido –según su análisis- el presupuesto a cifras razonables, la inflación tozudamente se mantiene muy alta al nivel del 18 por ciento. La explicación está en que el déficit no es del 10 por ciento sino del 20 por ciento del producto bruto interno. Por otra parte, se queja el gobierno de que la inflación real es del 8 por ciento, diciendo que el resto se debe sólo a expectativas. Esto es lo mismo que “colocar la carreta tirando de los bueyes”. La inflación no se debe a las expectativas; son éstas las que se deben a la inflación. Las expectativas perversas que existen en todos los agentes económicos en este momento provienen de la inflación, que ha distorsionado totalmente la vida argentina.
Las expectativas juegan –por cierto- un papel importante en la inflación. Son un factor a tener en cuenta. Al respecto, hay escuelas modernas que hablan de las expectativas racionales, pero no en este sentido sino en una forma mucho más compleja porque influyen a través de lo que se denomina el “encaje deseado”, que es la propensión psicológica que todos tenemos a conservar dinero en forma de moneda propiamente dicha.
Esta inflación así creada por el gobierno determina un alza de precios que ronda los límites de la hiperinflación. Y en este sentido permítaseme una digresión para ponernos de acuerdo acerca de este concepto. Hay quienes establecen que la hiperinflación se da cuando el costo de vida aumenta más del 50 por ciento por mes. Desde nuestro punto de vista esta no es una definición adecuada. ¿Por qué la cifra el 50 por ciento y no la del 40 o la del 60? Además, es una interpretación estática. Para nosotros la hiperinflación es otra cosa. Tiene lugar cuando dentro del sistema económico se desarrolla un mecanismo por el cual un alza inicial de precios, con indexaciones y aumentos progresivos, determina al final del periodo un alza mayor que la del punto de partida. Es decir que partimos de un alza de precios que induce un alza de salarios –ya sea porque los salarios están indexados o por los lógicos reclamos de los trabajadores-, un aumento de la tasa de interés, una mayor devaluación monetaria –diariamente devaluamos el peso- y un aumento del déficit del presupuesto, porque el Estado es comprador de bienes y éstos son más caros.
Es decir que esos tres factores –tasas de interés, devaluación de la moneda y salarios- producen un aumento en el costo de las empresas y el incremento del déficit genera un aumento en la cantidad de moneda que es “fabricada” por el Banco Central para poder atenderlo. Más moneda en poder del público aumenta la demanda y ésta produce un alza de precios. Si esa alza es mayor que la del punto de partida, estamos en hiperinflación.
Cuando en Enero de 1983 presentamos este problema, el aumento del costo de vida era del 209 por ciento anual. Al finalizar ese año llegaba al 434 por ciento. A fines de Agosto último ya estábamos en el 650 por ciento y al concluir este año alcanzaremos por lo menos el 700 por ciento. Teórica y técnicamente estaríamos en la hiperinflación.
¿Por qué no se precipita todavía ésta en forma incontrolable a la manera de la hiperinflación alemana de 1923? Esto se debe a una serie de razones circunstanciales. En realidad, estamos frente a una hiperinflación reprimida, pero una inflación de esa clase siempre termina en estallido. Luego de la inflación cero de Gelbard tuvo lugar el “Rodrigazo”. Después de cada contención artificial de la inflación o de la hiperinflación se producen explosiones traumáticas.
Además, si tratamos de comprimir la inflación por medio de artificios se llega a lo de siempre desabastecimiento, “colas” y mercados negros. El supuesto beneficio que se busca para la población en virtud de los controles, se traduce en realidad en un gran perjuicio, porque no se pueden conseguir los productos a precio oficial y hay que pagarlos más caros, hacer colas, perder tiempo, etcétera.
En este momento el costo de vida está fluctuando a una tasa del 18 al 25 por ciento mensual. Omití decir antes que una demostración de esa política vacilante y errática se presentó a principios del año cuando vivimos un sistema en el que se presuponía el alza de precios para el mes siguiente y en función de esa presunción se acomodaban las variables de la economía.
Se dijo que en Enero el incremento del costo de vida sería del 11 por ciento y que iría disminuyendo hasta llegar al 4 por ciento a fin de año. Todos los valores se ajustaron al 11 por ciento: la devaluación de la moneda, los precios oficiales controlados y la tasa de interés un poquito por debajo, y los salarios un poquito por arriba; así funcionó el sistema durante Enero, Febrero y Marzo. En Enero las cosas anduvieron más o menos bien: en lugar del 11 por ciento la variación fue del 12,5, es decir que la realidad no fue del todo esquiva. Para compensar ese pequeño desfasaje se le otorgaron 100 pesos a cada trabajador.
En Febrero las cosas se complicaron porque, en lugar del 10 por ciento, la inflación fue del 18 por ciento, y el aumento de salarios compensatorios tuvo que ser del 8 por ciento. En Marzo se produjo el desequilibrio total porque en vez del 9 por ciento calculado por las autoridades, la realidad esta vez esquiva arrojó un 20 por ciento, con lo cual quebró el sistema. Esa quiebra la reconoció el doctor Prebisch en su famoso memorándum firmado con De Larosière, quien dijo que el sistema no funcionaba en la Argentina. Prebisch aceptó que no funcionaba y dijo que se iba a cambiar. De allí en más estuvimos empleando políticas vacilantes hasta llegar al 30 de Agosto.
En esta oportunidad se sostuvo que el sistema había fallado porque no había habido “concertación”. Se resolvió entonces repetir la experiencia, pero con concertación. Esto comenzó con el acuerdo entre el presidente de la Nación y la señora de Perón, acuerdo que fue firmado por la mayoría de los partidos políticos y que la Cámara elogió.
Hecha ya la concertación política, nos encontramos ahora en procura de una concertación socioeconómica, que pretende acomodar las variables por voluntariado acuerdo. Ojalá se lo consiga. Pero, por las dudas, por si no se lo consiguiera, se implanta el programa del 30 de Agosto. El 30 de Agosto se vuelve al programa de Enero. Se dice que los precios de Septiembre van a subir un 16 por ciento –nadie sabe por qué, pero esa es la voz de mando- , y en relación con ese porcentaje se acomodan las demás variables. A los salarios se los fija ahora a la par y no por encima. ¿Y qué pasa si no funciona el 16 por ciento? Toda esta construcción realizada sobre la base de ese porcentaje se desmorona. Entonces, por las dudas, viene el control de precios.
La primera vez que se puso en práctica el control de precios debe haber sido en el año 4000 antes de Cristo, en el país de los sumerios. Luego viene el edicto de Diocleciano, en el año 301 de nuestra era, la campaña de los 60 días de Perón, la ley de abastecimiento de los gobiernos civiles y militares posteriores, etcétera, y siempre se terminó en fracasos. No obstante, los argentinos somos tan cabezas duras que volvemos a poner ahora el control de precios. Menos mal que el “mercado negro en función social” resuelve parcialmente el problema. Nadie cumple el control de precios, salvo las grandes empresas controladas. Recorran los señores diputados los mercados y si encuentran alguien que acate los controles sírvanse registrarlo. La Argentina sigue funcionando gracias a la economía subterránea, el odiado mercado financiero interempresario y a otros arbitrios fuera de normas, pero que mantienen la producción.
El presupuesto, a pesar de ser altamente inflacionario, va a ser recesivo y tendrá efectos negativos sobre la actividad privada. No se ha eliminado organismo alguno del Estado; no se ha privatizado ninguna empresa estatal; no se ha prescindido de personal alguno. La estructura que implica gastos no ha sido reducida; por el contrario, se la ha desarrollado. Si bien se han disminuido partidas en el presupuesto, no se han reducido las necesidades, y así ninguna de las reparticiones puede ya atender normalmente sus obligaciones. La Marina está anclada; el Ejército no paga sus cuentas y las demás reparticiones tampoco pueden desenvolverse. Las provincias deben venir a buscar recursos a Buenos Aires. El problema reside en que se han recortado las partidas sin disminuir el gasto. Además se atrasan los pagos y cuando haya que poner al día las cuentas deberemos emitir tal cantidad de moneda que el impulso inflacionario será tremendo.
El presupuesto va a ser recesivo porque hemos aumentado los impuestos en cuatro puntos del producto bruto interno. Si al sector privado se le sacan recursos en esa proporción es obvio que tendrá menos para desenvolverse. A esto habrá que agregar el impuesto inflacionario, que alcanza a todos pero mucho más a los sectores de menores ingresos, ya que no es lo mismo soportar un aumento del 25 por ciento en el costo de vida en una familia que vive en el límite de sus posibilidades que en una de ingresos elevados.
Para atender sus necesidades, el Estado debe tomar más crédito. No lo toma en el mercado sino a través de la asistencia del Banco Central. Muchos creen que el hecho de que el Banco Central provea moneda nueva no tiene costo. Sin embargo, lo tiene, porque el Estado paga sus cuentas, los que reciben el dinero lo depositan en bancos, los bancos deben inmovilizarlo debido a la existencia de efectivos mínimos y el Banco Central debe pagar el 13,5 por ciento de interés por los depósitos. Esto se refleja en la cuenta de regulación monetaria, que es más elevada que todas las erogaciones del Estado. De manera que es un error creer que estamos financiando el presupuesto sin costo, estamos pagando un alto precio a través de la cuenta de regulación monetaria.
El presupuesto reafirma la vigencia de uno de los peores instrumentos de coerción existentes: la ley de abastecimiento sancionada en 1974. En efecto, el artículo 40 de la ley de presupuesto dice que “el Poder Ejecutivo podrá expropiar bienes destinados a la sanidad, alimentación, vestimenta, higiene, vivienda, cultura e insumos para la industria y que los fondos que estos procedimientos demandaren se tomarán de “Rentas Generales”. Esto no es teoría; ya hay amenazas por parte de la Secretaría de Estado de Comercio de confiscar las hortalizas y otros bienes para que todos los comerciantes interesados tengan que ir al faraónico Mercado Central. Esta es la excusa hoy; mañana habrá otra, pero el caso es que ya están dadas las facultades para que el Poder Ejecutivo expropie o confisque bienes, incluso culturales, pagando con fondos provenientes de “Rentas Generales”.
Hay en esto un error de apreciación. En una plaza sitiada, donde los bienes que existen no pueden reponerse, es correcto que las autoridades se incauten estos bienes y los distribuyan; pero en un país que tan desesperadamente necesita producir y exportar no se puede aplicar chaleco de fuerza de esta clase a quienes producen, porque lo único que se consigue es que cada vez se produzca y se exporte menos y que la economía se contraiga cada vez más. En definitiva, se estará cometiendo con ello un error garrafal.
Ya he señalado, y por eso no voy a insistir en el tema, que este presupuesto contiene una delegación de funciones peligrosa: puede más un comunicado telefónico del Banco Central que todos nosotros juntos. Ese comunicado telefónico puede cambiar la vida de los ciudadanos muchísimo más, señores diputados, que todas las leyes que nosotros podamos dictar trabajando día y noche. Por eso no deberíamos aceptar dicha delegación; pero como evidentemente no vamos a cambiar el curso de los acontecimientos con este presupuesto, tendremos que estudiar la cuestión para el año próximo.
Quisimos plantear estos temas cuando había tiempo para influir sobre ellos, y por eso ya el 12 de Junio, cuando preveíamos la crisis en que actualmente estamos inmersos y que se ve signada por la deuda externa y el desborde inflacionario, reclamamos la presencia del señor ministro de Economía. La Cámara se negó a que se invitara al ministro. Tampoco concurrió este a la Comisión de Presupuesto y Hacienda, de manera que estamos analizando este presupuesto sin conocer la opinión del ministro de Economía. Conocemos la de sus funcionarios, pero el programa global que solamente él podía exponernos no ha sido informado ni en la Cámara ni en la Comisión de Presupuesto. Por eso se ha precipitado la crisis en que nos vemos envueltos y respeto a la cual el Parlamento ha estado completamente ajeno.
Como he dicho, el gasto público y el déficit constituyen la causa principal de la inflación, Esta eleva brutalmente los precios y para frenarlos artificialmente se ha instaurado el programa del 30 de Agosto. Estemos atentos a los índices del mes de Septiembre. No vaya a ser que estos índices sean elaborados sobre la base de los precios oficiales, porque eso no lo vamos a permitir. Habrá que registrar los precios verdaderos, los que se cobran en los lugares de expendio. Hasta el día de hoy pareciera que este índice para el mes de septiembre será del 31 por ciento. Si el costo de vida sobrepasa este mes el 25 o 26 por ciento, estaremos un poco más cerca de la hiperinflación, problema que no debemos tomar livianamente porque representa una cuestión muy seria.
En lo inmediato y hasta tanto llega el próximo presupuesto y tengamos la oportunidad de hacer algo para rectificar este estado de cosas, la economía del país, que está sujeta a las mismas reglas de juego de los gobiernos anteriores, va a continuar deteriorándose aceleradamente. Vamos a seguir manteniendo el récord mundial de inflación, vamos a seguir en la misma inseguridad económica y jurídica, vamos a seguir con las inversiones paralizadas (en el primer trimestre de este año éstas han caído el 22,7 por ciento con respecto al mismo periodo del año anterior). También seguiremos asistiendo a la destrucción de la moneda argentina. Piensen ustedes en la cantidad de ceros que ya le hemos sacado a esa moneda y en los que tendremos que seguir sacándole. Vamos a seguir asistiendo a la economía subterránea.
En este momento hay dos problemas acuciantes, la deuda externa y el deslizamiento hacia la hiperinflación. Si en lo que resta de la semana el ministro Grinspum no llega a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la Argentina entrará en cesación de pagos y poco tiempo después será declarada país subestandar. El otro día hemos tenido un vencimiento de 750 millones de dólares que no pudimos pagar. El 30 de Septiembre tendremos otro de 900 millones de dólares y en los primeros días del mes de octubre uno de 100, lo que hace un total de 1750 millones de dólares, y lo que tenemos en el Banco Central como haber líquido, excepto el oro, alcanza a 1200 millones de dólares, Además, no hemos podido todavía iniciar la refinanciación de los 20 mil millones de dólares vencidos en 1982, en 1983 y en lo que va del corriente año.
De manera que aquellos que están tan enojados con el Fondo Monetario Internacional, y además tan preocupados por el hecho de que se llegue a un acuerdo con él, si fracasa el ministro Grinspum no van a tener motivos para estar molestos ya que no tendremos el acuerdo; solo que tampoco tendremos la posibilidad de convivir dentro de la comunidad financiera internacional. Si eso es lo que deseamos, hagámoslo, pero no nos quejemos por los resultados. Todo esto ubica a los dirigistas inflacionarios frente a un grave problema: esta vez tienen cerrado el camino. Hasta ahora, siempre hemos resuelto las crisis argentinas por dos medios: pidiendo prestado al exterior e “inflando” un poco más. Siempre hemos salido de los apuros con préstamos externos o mediante emisiones inflacionarias. Esta vez no podemos hacer ninguna de las dos cosas. No podemos endeudarnos más en el exterior porque nadie nos va a prestar, y no podemos emitir más porque vamos a caer en la hiperinflación. Estas limitaciones son convenientes para el país, porque obligan a ver la realidad. Estoy seguro de que ente todos encontraremos el camino para salir de esta crisis. Lo peor que podemos hacer es seguir desangrándonos como lo hemos venido haciendo durante tantos años, postergando las soluciones sin ir al fondo de la cuestión, que es lo que deberíamos haber hecho.
El problema es que podemos estar de acuerdo todos en esta última parte del diagnóstico, pero después viene la cuestión de cómo se cura el mal, y allí sí se bifurcan las posiciones. Esas posiciones están claramente diferenciadas incluso en el ámbito político. Ruego que nadie tome estas afirmaciones con sentido peyorativo, pero la mayoría radical y la primera minoría peronista mantienen en este sentido una posición -vuelvo a repetir que no lo digo en sentido peyorativo- que se ajusta a las técnicas dirigistas y a las prácticas inflacionarias. Nosotros preferimos los métodos de la economía de mercado con estabilidad monetaria. En eso consiste la bifurcación de caminos.
Frente a este problema tendremos que decidirnos por un camino o por el otro. Si optamos por las técnicas dirigistas e inflacionarias, no hay más remedio que acentuar los controles y las reglamentaciónes. Si elegimos la economía de mercado con estabilidad monetaria, hay que avanzar en el sentido de la liberalización de todas las variables económicas. Pero lo que no podemos hacer es marchar por una línea intermedia, y ello por las razones que señalé anteriormente.
Esta es, señores diputados, la apreciación global que hacemos sobre el presupuesto. Como dije al principio, no vale la pena a esta altura perder demasiado en el estudio de las planillas y de las asignaciones. Todas éstas reflejan pujas por el reparto de los recursos existentes, que se han extendido después a los inexistentes, porque cada vez que se le pide algo al gobierno central hay que saber que se le está pidiendo que fabrique un poco más de moneda, con todos sus efectos inflacionarios. De manera que esta lucha por los recursos existentes no ayuda a resolver el problema inflacionario del país.
A esta altura, como lo señalé al principio, es inoperante que estemos discutiendo el presupuesto en esta forma. Creo que tendríamos que centrar nuestra preocupación en el próximo presupuesto, y ahí aplicar toda la experiencia recogida hasta ahora, toda la autocrítica que estemos dispuestos a hacer, para buscar nuevas ideas y tratar de elaborar un presupuesto que dé a la Argentina el instrumento para salir de la encrucijada en que se encuentra.
Sr. Alsogaray.- El señor diputado Stubrin me ha atribuido expresiones en el sentido de que yo habría dicho que la Argentina tiene todos los caminos cerrados. No manifesté eso. Dije que esta vez se han cerrado todos los caminos a los dirigistas, de lo que me complazco. Pero no hice referencia a la Argentina, a menos que el diputado Stubrin considere que los dirigistas son la Argentina.
Transcripto del original en papel por Claudia Bonzo, corregido por Pablo Parenti
Nota: Es nuestra intención transcribir el libro completo, material que iremos subiendo a medida que este listo. Una vez terminado el trabajo se armara el (PDF) para su descarga. Siendo este libro edición del Congreso de la Nación y no habiendo en sus páginas nota que indique lo contrario, creemos de buena fe que podemos hacerlo sin infringir ley de propiedad intelectual alguna.
No hay comentarios.
Publicar un comentario
Este sitio no oficial tiene por objeto difundir liberalismo en general, liberalismo ucedeista en particular y situaciones históricas marplatenses.
Los comentarios están abiertos a todo el público. Sin embargo, el moderador se reserva el derecho de publicación, siendo la única condición el respeto por las personas y su ideología. No se publicarán comentarios que contengan insultos ni expresiones vulgares.